Los motivos de Washington para invadir Haití

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blankEl exilio forzado de Jean-Bertrand Aristide

Los motivos de Washington para invadir Haití: “privatización, privatización, privatización”

di Naomi Klein
La Jornada

La autora cuenta que hace unas semanas visitó a Jean-Bertrand Aristide, presidente de Haití, en exilio en Pretoria, Sudáfrica: “Le pregunté qué era lo que realmente estaba detrás de su dramático rompimiento con Washington. Ofreció una explicación que rara vez se escucha en las discusiones de la política haitiana ­de hecho, ofreció tres: ‘privatización, privatización, privatización'”

Cuando las tropas de las Naciones Unidas matan residentes del barrio bajo haitiano, Cité Soleil, los amigos y los familiares muchas veces colocan fotografías del exiliado presidente Jean-Bertrand Aristide sobre los cuerpos. Las fotografías silenciosamente insisten en que hay un método en la locura imperante en Port-au-Prince. Los haitianos pobres son asesinados no por ser “violentos”, como tan seguido escuchamos, sino por ser militantes; por atreverse a demandar el regreso de su presidente electo. Hace tan sólo 10 años, el presidente Bill Clinton celebró el regreso de Aristide al poder como “el triunfo de la libertad sobre el miedo”. ¿Qué cambió? ¿La corrupción? ¿La violencia? ¿El fraude? Aristide definitivamente no es ningún santo. Pero aunque los peores argumentos fueran ciertos, palidecen ante los historiales de los asesinos convictos, los narcotraficantes y los traficantes de armas que sacaron a Aristide y continúan a rienda suelta, con el apoyo total de la administración de George W. Bush y de la ONU. Entregar Haití a esta pandilla de los bajos mundos por estar preocupados ante la falta de “buen gobierno” de Aristide es como escapar de una cita molesta aceptando que te dé un aventón Charles Manson.

Hace unas semanas visité a Aristide en Pretoria, Sudáfrica, donde vive su exilio forzado. Le pregunté qué era lo que realmente estaba detrás de su dramático rompimiento con Washington. Ofreció una explicación que rara vez se escucha en las discusiones de la política haitiana ­de hecho, ofreció tres: “privatización, privatización, privatización”.

Dos más dos son cuatro

La disputa se remonta a una serie de reuniones a principios de 1994, un momento crucial en la historia de Haití que Aristide pocas veces ha discutido. Los haitianos vivían bajo el mandato bárbaro de Raoul Cédras, quien derrocó a Aristide mediante un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos. Aristide estaba en Washington y, a pesar de los llamados populares a que regresara, no había manera de que derrotara a la junta sin respaldo militar. Cada vez más avergonzada por los abusos de Cédras, la administración de Clinton le ofreció a Aristide un trato: las tropas estadunidenses lo llevarían de regreso a Haití ­pero sólo después de que estuviera de acuerdo con un programa económico radical con la meta explícita de “substancialmente transformar sustantivamente la naturaleza del Estado haitiano”.

Aristide acordó pagar las deudas acumuladas bajo las dictaduras cleptocráticas de los Duvalier, reducir el número de servidores públicos, abrir Haití al “libre comercio” y recortar las tarifas de importación del arroz y del maíz a la mitad. Era un pésimo acuerdo, pero, dice Aristide, tenía pocas opciones. “Estaba fuera de mi país y mi país era el más pobre del hemisferio occidental, así que, ¿qué tipo de poder tenía entonces?”

Pero los negociadores de Washington demandaron de Aristide algo que no podía aceptar: la venta inmediata de las empresas estatales de Haití, incluyendo la telefonía y electricidad. Aristide argumentó que la privatización no regulada transformaría a los monopolios estatales en oligopolios privados, incrementaría la riqueza de la elite de Haití y quitaría a los pobres la riqueza nacional. Dijo que la propuesta simplemente no tenía sentido: “Ser honesto significa decir que dos más dos son cuatro. Ellos querían que cantáramos que dos más dos eran cinco”.

Aristide les propuso un acuerdo: en vez de vender las empresas tal cual, las “democratizaría”. Esto lo definió como escribir una legislación antimonopólica, asegurándose que las ganancias de las ventas serían redistribuidas entre los pobres y permitiendo que los trabajadores se convirtiesen en accionistas. Washington cedió, y el texto final del acuerdo ­aceptado por Estados Unidos y por una junta de naciones donantes en París­ llamó a la “democratización” de las empresas estatales.

Pero cuando Aristide comenzó a llevar a cabo el plan, resultó que los financieros en Washington pensaban que su discurso de democratización era sólo relaciones públicas. Cuando Aristide anunció que no se podía llevar a cabo ninguna venta hasta que el Parlamento aprobara nuevas leyes, Washington gritó que se había cometido una falta. Aristide dice que en ese momento se dio cuenta de que lo que se intentaba era un “golpe económico”. “La agenda oculta era, ya que estuviera de vuelta, atarme las manos y hacer que entregara a cambio de nada todas las empresas públicas estatales”. Amenazó con arrestar a cualquiera que siguiera con las privatizaciones. “Washington estaba muy enojado conmigo. Dijeron que no cumplía con mi palabra, cuando fueron ellos los que no cumplieron con nuestra política económica común”.

Desde entonces, la relación de Aristide con Washington ha empeorado: mientras recortaron más de 500 millones de dólares de préstamos prometidos y ayuda, y con ello ahogaron a su gobierno, USAID derramó millones a las arcas de los grupos opositores, lo cual culminó en el golpe de Estado de febrero de 2004.

Y la guerra continúa. El pasado 23 de junio, Roger Noriega, secretario de Estado adjunto en Asuntos del Hemisferio Occidental, llamó a que las tropas de la ONU tuvieran un “papel” más “proactivo” en perseguir a las bandas armadas pro-Aristide. En la práctica, implicó una ola de castigo colectivo, al estilo Fallujah, infligida a los barrios reconocidos como seguidores de Aristide. El 6 de julio, por ejemplo, 300 tropas de las Naciones Unidas entraron a Cité Soleil, bloquearon las salidas y dispararon desde vehículos blindados. La ONU admite que murieron cinco, pero los residentes cuentan no menos de 20 muertos. El corresponsal de Reuters, Joseph Guyler Delva, dice que vio “siete cuerpos tan sólo en una casa, incluyendo a dos bebés y a una mujer mayor, de unos sesenta y pico años”. Ali Besnaci, encargado de Médecins Sans Frontières, en Haití, confirmó que el día del asalto, 27 personas llegaron a la clínica de MSF con heridas de bala, 75% mujeres y niños.

A pesar de estos ataques, los haitianos todavía están en las calles, rechazando la farsa de elecciones planeadas, oponiéndose a la privatización y mostrando fotografías de su presidente. Y de la misma manera en que los expertos de Washington no alcanzaban a comprender la posibilidad de que Aristide rechazara sus consejos hace una década, hoy no pueden aceptar que sus seguidores pobres puedan actuar por decisión propia ­seguramente Aristide los controla a través de algún misterioso arte vudú. “Creemos que su gente recibe instrucciones directamente de su voz e indirectamente a través de sus acólitos, que se comunican personalmente con él en Sudáfrica”, dijo Noriega.

Aristide asegura no tener tales poderes. “La gente es lista, la gente es inteligente, la gente es valiente”, dice. Saben que dos más dos no son cinco.

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Naomi Klein es autora de No Logo y Vallas y ventanas.

(Aaron Maté ayudó en la investigación. Traducción: Tania Molina Ramírez.
Este texto fue publicado en The Nation.)
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=18187

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